Cuando me decido a perderme en la montaña y no soy demasiado consciente de las horas en las que estoy corriendo por los bosques y senderos y prácticamente no me cruzo con nadie, la sensación de soledad es algo muy intenso. Cuando me detengo para contemplar el paisaje o simplemente para respirar unos minutos siento que esa soledad es ficticia…
La montaña es un entorno vivo y latente que se manifiesta a veces de forma imperceptible y en otras ocasiones hace sentir su presencia de forma ostensible. A veces simplemente me envía un mensaje tranquilizador con el susurro de las horas al viento, con el vuelo suave de algún pájaro que se sorprende de mi presencia o un roedor que me mira extrañado desde una rama frente a mí.
Otras veces la montaña se muestra con más determinación a través de sus elementos, me envía mensajes de prudencia para que no me extralimite y sea consciente de cuál es su poder.
Sea como fuere yo observo a la montaña con una mirada iluminada de gratitud por acogerme en sus dominios y permitirme correr sin la más mínima exigencia sólo me pide a cambio una dosis equivalente de respeto hacia ella...
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