Cuando salgo a correr soy consciente de que voy a enfrentarme a la dificultad. Los corredores disfrutamos superando dificultades. Correr es siempre un desafío ante lo imprevisto. Me gusta sentir la sensación de saber que el esfuerzo debe ser máximo para poder sobreponerme a las dificultades y al dolor que puede suponer alcanzar determinado objetivo.
Y ese objetivo siempre está oculto en la distancia. Un trayecto que está jalonado de puntos de inflexión a los que debo hacer frente en esa constante batalla conmigo mismo.
Los factores externos siempre inciden en la rentabilidad del esfuerzo y se van acumulando en forma de fatiga y cansancio aunque lo más complicado no es la distancia sino cómo te enfrentas a ella.
En ocasiones, el éxito consiste en ser capaces de ignorar ciertas señales que el cuerpo nos envía y conseguir gestionarlas limitando el riesgo inherente a esa decisión para alcanzar el final deseado.
Un recorrido puede ser muy duro en función de cómo lo afrontamos mentalmente y de qué forma gestionamos la respuesta de nuestro sistema biológico.
La forma en que se experimenta la fase de cansancio acumulado está relacionada con la superación del límite personal que tenemos establecido pero tampoco hay que caer en riesgos excesivos que puedan tener consecuencias negativas para la continuidad de cada proyecto personal.
Hay que sobreponerse a las señales que nos envía el cuerpo pero hemos de hacerlo hasta cierto punto. Cada uno conoce exactamente cómo debe interpretar la sensación de fatiga o de que sus músculos están en estado de alerta.
Esta mañana he conseguido completar mi entreno aunque no de la forma deseada. Mi sistema de alerta biológica me ha enviado señales que he podido interpretar como un aviso de sobrecarga muscular.
A nadie le gusta experimentar estas sensaciones pero cuando eso ocurre hay que ser consciente de que el riesgo de ignorar esta alerta puede convertirse en un fallo del sistema…
De modo que tendremos que revisar la puesta a punto en breve…