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  • Foto del escritorCarles Aguilar

El miedo habita en el bosque


Ha sido largo, demasiado largo este confinamiento impuesto durante 50 días limitado por las cuatro paredes de un apartamento aislado el centro de la ciudad… Días lentos como una marea relajada que ha ido sucediéndose en las horas muertas con calma, pero sin pausa.

Muchas veces me he quedado absorto mirando las paredes blancas, vacías de cualquier otro color, he imaginado en ellas una gran pantalla abierta al mundo donde he podido dibujar paisajes abruptos, senderos sinuosos, árboles del bosque meciéndose bajo una leve brisa, piedras del camino rodando bajo mis pies… Pero esa ilusión óptica ha ido palideciendo a través de los días de confinamiento. Mi mente y mis músculos se han ido paralizado día tras día, incapaz de correr como un autómata del pasillo al comedor y vuelta una y otra vez mientras que mis pensamientos se situaban en una zona de creciente penumbra …

Noticias, informativos saturados en medios de comunicación que hora tras horas inundaban la atmósfera del confinamiento físico de forma implacable, oleadas de vibraciones negativas que se multiplicaban en mis tímpanos mientras la epidemia avanzaba sin remisión sembrando la desesperación, la impotencia y el miedo entre la población.

Los días eran cada vez más oscuros, pero después de largas semanas al borde de la paranoia, las autoridades responsables decretaron una orden de desescalamiento que iba a permitir salir a correr en unas franjas determinadas a pesar del riesgo todavía existente. Era una pequeña luz en medio del abismo, una posible salida a la desesperación y, poco a poco, empecé a asimilarlo. Iba a dejar atrás mis largas horas de ostracismo frente a la pálida luz de la pantalla del ordenador.

Aunque al principio me parecía algo muy lejano en el tiempo, llegó finalmente el día esperado. La noche anterior estuve leyendo centenares de comentarios en las redes sociales de personas que expresaban su alegría por el hecho de poder salir por fin del confinamiento, aunque fuese por unas horas. Era como una fiesta colectiva, aunque yo estaba un poco extrañado por esa dosis excesiva de desmesurado optimismo.

Mis informaciones (de fuentes fiables) recomendaban una cierta contención porque a pesar del descenso en el número de contagiados, el riesgo de un posible rebrote no era despreciable y esa idea no podía apartarla de mi mente.

Llego el día señalado y, a primera hora de la mañana, decidí salir al exterior para tantear el efecto de respirar un ambiente despejado a cielo abierto, pero respetando las normas establecidas… El radio de acción permitido era limitado así que decidí dirigirme hacia el punto más cercano con un recorrido lo suficientemente amplio como para desprenderme corriendo de mis miedos e incertidumbres, pero cuando llegué al punto de partida mi mirada quedó absolutamente impactada por el espectáculo. Decenas y decenas de personas se agolpaban en el trayecto…

Corredores de todas las edades, paseantes con ropa deportiva y otros con ropa de calle paseando a sus perros… Era una aglomeración de gente que no permitía establecer la más mínima distancia de seguridad… Un auténtico despropósito de modo que tras pensarlo unos segundos decidí dar media vuelta y regresar a mi refugio urbano con una cierta sensación de temor…. El virus estaba ahí afuera y seguro que al acecho de nuevas víctimas desprevenidas…

Después de regresar a casa con el ánimo bastante decaído tome la decisión de intentarlo de nuevo en la franja horaria nocturna y alejarme mucho más del centro urbano para evitar el colapso multitudinario. De modo que dejé todo el equipamiento deportivo preparado para salir en cuanto empezase a anochecer y, de esta forma, desquitarme del agobio vivido en la mañana… Pasé la tarde entreteniéndome como pude, aunque sin quitarme de la cabeza la imagen del gentío de la mañana.

Llegaron las nueve de la noche mientras empezaba a anochecer... Lentamente me volví a vestir y a prepararme para salir a la montaña y realizar un recorrido que ya conocía de otras veces. Estaba convencido de que, en esta ocasión, no me encontraría con prácticamente nadie a esas horas… Revisé mi frontal, preparé la correspondiente hidratación y me lancé a correr camino del bosque…

Estaba muy satisfecho de haber tomado esa decisión porque llevaba ya casi una hora corriendo y no me había cruzado con nadie, respiraba tranquilo y relajado mientras la noche cerrada se adueñaba del ambiente y yo estaba en plena oscuridad en mitad del bosque disfrutando de esa anisada sensación de libertad…

De pronto, a mis espaldas escuche un ruido inusual… Sintiendo como si alguien fuera tras mis pasos. Me paré, giré sobre mi mismo y enfoqué el frontal hacia la distancia, pero no vi a nadie, aunque esa sensación de no estar solo no me abandonaba… Seguí corriendo cada vez con mayor inquietud y, finalmente, decidí dar media vuelta y salir de allí porque a cada minuto el ambiente se volvía más denso e impenetrable … Una sensación se iba apoderando de mi de forma creciente … Y, entonces, los pude ver frente a mí…

Me rodearon en silencio y se acercaron casi sin moverse … Eran unos seres sombríos que parecían deslizarse sobre el sendero mirándome fijamente… Totalmente atemorizado levanté la vista y adopté una tímida actitud defensiva… Me di cuenta de que en sus rostros sólo destacaba una oscura mirada de tonos azules y que todos ellos llevaban unas desgastadas mascarillas de las que surgían especímenes viscosos que no paraban de agitarse en sus rostros…

De pronto, una voz profunda me habló y escuché sus palabras martilleándome en el cerebro: Nunca corras solo por el bosque…. Este no es tu lugar… Debes salir a correr con todos los demás y mezclarte con ellos… Necesitamos más contagios, nos nutrimos de ellos y tú no tienes el privilegio de librarte de nosotros… Vuelve al punto de partida y mézclate con todos ellos…!!

Permanecí totalmente paralizado durante interminables segundos y en una reacción instintiva me escabullí como pude, corriendo como un desesperado sin volver la vista atrás, y conseguí escapar de esas malignas presencias pero ahora estoy totalmente destrozado porque creo que entendí el mensaje de esos seres y no deseo que este maldita pandemia se siga cobrando más víctimas inconscientes del peligro que nos acecha pero tampoco me atrevo a volver a correr solo por el bosque porque sé que ellos me están esperando y volverán a mi encuentro...

Sólo quiero que alguien me ayude. No sé si llamar al epidemiólogo o al psiquiatra…

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