Reaccionar ante lo inevitable
La situación es la siguiente: Lo que se preveía simplemente como una amenaza con pocas posibilidades de convertirse en un hecho real va a producirse. Así lo han confirmado los especialistas del Laboratorio de Propulsión Reactiva de la NASA. Se trata de Apophis, un asteroide de 325 m de diámetro, cuya órbita se verá modificada por la fuerza de gravedad terrestre y provocará la colisión a una velocidad de 16 km por segundo planteando un escenario inevitablemente apocalíptico. La fuerza del impacto, debido a la enorme energía producida, equivale a más de veinte mil bombas atómicas como la de Hiroshima.
El desastre se iniciará de forma inmediata, prácticamente apenas dos minutos después del impacto, en forma de un gran terremoto de más de 7 grados en la escala de Richter. Se formará un cráter de mas de 5 km de diámetro y la onda expansiva alcanzará un radio de 1.500 km que provocará el estallido de los pulmones de cualquier ser viviente. Desde el océano se generarán olas gigantes de más de 100 metros de altura que se propagarán en todas direcciones destruyendo cientos de ciudades en toda la costa mientras una nube de cenizas y polvo cubrirá el cielo de forma progresiva provocando primero un aumento de la temperatura y después la más absoluta oscuridad y el frio creciente.
Ante este hecho irremediable vamos a mencionar las consecuencias emocionales que produce en nosotros un desastre de estas características. Seguramente la primera reacción sea de miedo, de pánico, de experimentar un desfallecimiento total ya que no existe posibilidad alguna de huir del desastre. Esto provoca una sensación de impotencia y sobreexcitación ante lo inevitable. También existe la posibilidad de que se produzca algún acto de heroísmo, de exaltación pero también podemos entrar en una fase de decepción, desilusión e incluso resentimiento.
Nuestra existencia está repleta de miedos. El miedo a la muerte, a lo desconocido, a la destrucción, a la pérdida de control. El miedo al caos, a lo absurdo, a lo que escapa a nuestra comprensión. El miedo a quedarse desvalido ante una tragedia que nos supera. El miedo a perder la razón, a desconectar de la realidad y no ser capaz de comunicarse con los demás.
Evidentemente, existen muy pocas posibilidades de que el meteorito asesino impacte en nuestro planeta pero esta hipótesis puede servir para dar algunos apuntes sobre cómo hemos de superar experiencias traumáticas en nuestra vida.
Ante una situación traumática que hemos vivido existen muchas posibilidades de que desarrollemos lo que se llama un trastorno de estrés postraumático e incluso algún tipo de patología aunque este caso es mucho menos frecuente. Esta situación de riesgo en cuanto a nuestro comportamiento psicológico no debe ignorarse aunque es normal que se inicie un proceso de recuperación natural en el que las secuelas de la fase postraumática o las reacciones disfuncionales de estrés vayan diluyéndose con el paso del tiempo y se inicie un nuevo período en el que nos desenvolvamos en la vida cotidiana con normalidad.
De todas formas vamos a extraer la parte positiva a partir de experiencias adversas. Estas circunstancias nos brindan la posibilidad de aprender y crecer con una base mucho más estable y sólida. Sólo es necesario que seamos capaces de encontrar en nuestro interior los recursos latentes que sin duda tenemos y que pueden activarse precisamente a partir de estas experiencias traumáticas que hemos vivido. Aunque es normal que durante este periodo de traslación convivamos con emociones negativas como la tristeza, la ira o el sentimiento de culpa y, en principio, creamos que somos incapaces de experimentar emociones positivas. Pero esta convivencia entre estos dos tipos de emociones puede ayudar a minimizar los niveles de angustia y aflicción que nos afectan después de vivir determinadas circunstancias.
Hay situaciones que indefectiblemente suponen un cambio drástico en nuestra existencia pero que también pueden ofrecernos la oportunidad de reconstruir nuestro concepto de vida y nuestra propia escala de valores.
Y en este punto podemos hacer una referencia a la resiliencia, es decir, la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro. Ante un hecho traumático las personas resilientes son capaces de mantener un equilibrio estable sin que esa circunstancia afecte a su rendimiento y al desarrollo de su vida cotidiana, manteniendo siempre niveles funcionales en sus acciones. Este concepto es mucho más común de lo que pensamos cuando nos enfrentamos a situaciones adversas, sólo hemos de iniciar un proceso adaptativo que ponga en marcha el mecanismo y nos situe en un nuevo punto de partida.